La II República Española fue un periodo de gran importancia para el desarrollo del movimiento feminista español, pero también de gran división. En 1931, las mujeres españolas participaron mediante sufragio pasivo (podían presentarse, pero no votar) y tres mujeres resultaron elegidas: Clara Campoamor, Victoria Kent y Margarita Nelken. Las tres eran declaradamente progresistas y feministas, pero las dos primeras representaron una contraposición de posturas acerca del sufragio femenino.
De un lado, Clara Campoamor defendió el voto femenino como objetivo irrenunciable e innegociable, que debía aprobarse con total prioridad. Del otro lado, Victoria Kent argumentó que la aprobación del sufragio femenino debía posponerse, basándose en que los esfuerzos debían dirigirse en capacitar a las mujeres de autonomía y conciencia política; así como en la obtención de otros derechos sociales (e.g., educación, inclusión laboral). Finalmente, prevaleció la postura de Clara Campoamor y se reconoció el voto femenino. En las elecciones generales en noviembre de 1933, las mujeres votaron por primera vez, concentrando su voto en la CEDA, una coalición marcadamente conservadora que permaneció en el gobierno hasta 1936.